Los hornos de Hitler by Olga Lengyel

Los hornos de Hitler by Olga Lengyel

autor:Olga Lengyel [Lengyel, Olga]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1947-05-01T04:00:00+00:00


Capítulo XIV

«Organización»

—Tenemos que resistir —susurró el día que llegó un viejo internado, que estaba trabajando en la carretera de nuestro campo. Nos acababan de rapar la cabeza y temblábamos bajo nuestros harapos, esperando a que las ambulancias nos permitiesen pasar—. Y para resistir —añadió—, no hay más que una cosa: «organizar».

Durante los largos días que siguieron, me pregunté muchas veces qué significaría aquella palabra, «organizar». ¿Qué había que organizar? Me llevó bastante tiempo todavía comprender el verdadero sentido de «organización». Fui atando cabos sueltos. El consejo del viejo picapedrero, más las recomendaciones de otras internas, me dieron la respuesta. «Si no quieres morir de hambre, no te queda más que un remedio: robar». De pronto lo entendí: «Organizar» significaba robar.

Lo que sucedió después vino a confirmar mi interpretación. Sin embargo, el vocablo «organizar» contenía un matiz que no calé durante algún tiempo. Quería decir robar, pero robar a expensas de los alemanes. De aquella manera, el robo se convertía en una acción noble y hasta beneficiosa para las deportadas. Cuando las empleadas del «Canadá» o de la «Bekleidungskarnmer» robaban prendas de abrigo para sus camaradas deficientemente vestidas, no cometían un hurto común: aquello era un acto de solidaridad social. Cuanto más quitaba una a los alemanes para mandarlos a las barracas del campo con objeto de que lo usasen las internas, en lugar de que lo despachasen a Alemania, tanto más se ayudaba a la causa.

En consecuencia, las palabras «robar» y «organizar» no eran totalmente sinónimas. Pero, desgraciadamente, no era fácil trazar la línea divisoria. Muchas veces ocurre que el hombre habla con orgullo de sus acciones menos nobles. Y el vocablo «organización» se utilizaba muchas veces para cubrir hurtos y raterías bajas.

—Me has quitado la ración de pan —se quejaba a lo mejor una internada—. ¡Esto es un robo!

—Oh, lo siento —replicaba entonces la acusada—, no sabía que era tuyo. Y no me hables de robo… ¡Esto no es más que «organización»!

Así ocurría. Parapetadas tras esa palabra, algunas prisioneras hurtaban a sus vecinas sus miserables raciones, acuciadas por el hambre. Muchas que andaban mal vestidas, se robaban los míseros harapos de otras en los lavabos.

Sin embargo, en aquella caldera hirviente de Auschwitz-Birkenau, las barreras sociales se derrumbaban y los prejuicios de clase se desvanecían. Había campesinas sencillas y sin educación que realizaban verdaderas maravillas de «organización», dando prueba de magnífico desinterés, en tanto que otras mujeres de mundo, cuya moralidad nunca había sido puesta en tela de juicio, se dedicaban a la «organización» en detrimento de sus camaradas. Sus acciones acaso no tuviesen consecuencias graves, pero no por eso dejaban de ser menos significativas.

En septiembre de 1944, nuestro amigo «L» logró «organizar» cinco cucharas. Las cedió generosamente a miembros del personal de la enfermería que lo habían atendido. Yo no sabía cómo expresar mi alegría cuando recibí aquel objeto tan sencillo y corriente en la vida civilizada. Durante meses y meses había estado comiendo sin cuchara ni tenedor, teniendo que sorber o lamer como un perro la comida de la cazuela, igual que todas.



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